on 2012/6/18 10:52:50 (817 reads)
Comunidad, en el sentido genuino de la palabra, significa, encuentro, compartir, comunión, de personas. Sin personas presentes y participantes no puede hablarse, por tanto, de comunidad. Se tendría sólo una yuxtaposición, agrupación, conglomerado de seres humanos. Un grupo de éstos, simplemente esperando el metro o asistiendo a un juego de fútbol, no constituye una comunidad.
En política es común el término “masa” para denominar una multitud manifestando su adhesión partidista. Así se habla también de “partido de masas” y cosas por el estilo. En realidad, “masa” es aquí un término impropio, pues devalúa una congregación de seres humanos.
Decir que comunidad implica personas subraya su importancia como encuentro de sujetos conscientes, libres y relacionados, y, al mismo tiempo, la necesidad de que aquélla promueva el crecimiento de sus integrantes en una dinámica ad intra y ad extra (hacia adentro y hacia afuera), en interioridad-y-comunicación, como polos complementarios e inseparables . Autores como Emmanuel Mounier ya lo señalaron oportunamente.
Una comunidad es, por consiguiente, una asamblea con rostros. Conjunción de personas, que se relacionan entre sí con sus propias identidades psicosomáticas, huellas digitales, códigos genéticos, gustos, carismas y carencias, cualidades y defectos, virtudes y vicios. En fin, con personalidades diversas, formando una unidad polícroma, polifónica, plural. Cada una con el protagonismo que le compete y el sentido crítico que está llamada a ejercer. No podrá hablarse de una “nueva sociedad”, como futuro deseable, sin comunidades en solidaria interacción.
En nuestro país, el proyecto político-ideológico oficial se autocomprende y ofrece como “socialista”, con la especificación “del Siglo XXI”. Por la cédula de identidad que presenta, entra en la categoría de “socialismo marxista”, el cual en el siglo XX se concretó en el llamado “socialismo real”, de triste recuerdo y una de cuyas reliquias se conserva en la isla de Cuba. Ese socialismo se autoentiende como proceso hacia una plenitud de abundancia y felicidad en la etapa definitiva de la Historia: el “Comunismo”.
Más allá, sin embargo, de expectativas mesiánicas y de mistificaciones sistemáticamente mantenidas, un tal tipo de socialismo y comunismo contradice, no sólo en base a los principios, criterios y procedimientos que lo acompañan, sino también a la experiencia histórica, lo que sería dable esperar de un verdadero socialismo o comunismo.
¿Cuál es, en efecto la dinámica del socialismo a la marxista? No otra cosa sino un proceso de estatización, de concentración de poder, de uniformismo, contrario a lo que sugiere el término socialización comunización, a saber, poder efectivo de los seres humanos que componen el pueblo, desde las comunidades mismas; real protagonismo compartido en de solidaria corresponsabilidad. En el “socialismo a la marxista” (como es el caso del SSXXI), todo esto se falsea en la jerga de “dictadura del proletariado”, “vanguardias” iluminadas, “líderes” encarnatorios del pueblo. Especie de “religión” con dogmas y jerarquía de origen superior. Todo ello termina en conformaciones totalitarias de la sociedad, superconcentraciones del poder, hegemonía económico-político-cultural, impuestas desde el Partido y su “Líder-Padre bondadoso”. ¿Resultado? Los grupos y asociaciones de base son asfixiados por la maquinaria del poder. Al movimiento de los trabajadores y a las asociaciones profesionales o de variados intereses societarios se los convierte en correas de transmisión de un comando ideológico-político homogeneizante. Producto final: totalitarismo puro y simple
Cuando exigimos cosas como la libertad de comunicación y asociación, no lo hacemos en aras de un formalismo democrático, sino como requisito y consecuencia de una genuina sociedad comunitaria, la cual, porque compuesta de personas, se manifiesta necesariamente en pluralidad de formas, tanto en lo económico, como en lo político y ético-cultural.
El Socialismo del Siglo XXI va, así, en la línea del “unicismo”. Pensamiento único, partido único, comunicación “única” (hegemonía comunicacional), economía única (estatizada) etcétera. Todo ello contraría la auténtica promoción de las personas y sus comunidades, favoreciendo o imponiendo una masificación (colectivización) despersonalizadora. Un socialismo y un comunismo verdaderos tendrían que ser animadores y constructores de socialidad y de comunión, de conjunción de personas en interrelación y compartir solidarios. Lo que está en juego el 7-O es, por tanto, mucho más que un cambio de gobierno o aún de régimen.
Monseñor Ovidio Pérez Morales