on 2013/4/22 3:28:27 (582 reads)
EL DINERO Y LOS PRECIOS
“La inflación es siempre un fenómeno monetario”. Tal afirmación sería defendida por los economistas monetaristas, uno de cuyos máximos exponentes fue Milton Friedman (profesor de la Universidad de Chicago). Dicen que todo en nuestro viejo mundo está dicho y hecho. No en balde, la idea misma de volar posee su más remoto antecedente en la fábula griega de Icaro, quien luego de recibir de su padre Dédalo unas alas hechas de cera y plumas de aves remontó los cielos muy cerca del sol encontrando su trágico fin en el océano cuando ellas se derritieron.
Así, los postulados de los monetaristas terminan asentándose en la llamada “teoría cuantitativa del dinero” que establece que cualquier variación en el nivel de precios es consecuencia directa de una variación en la cantidad nominal de dinero. La relación de los precios y el dinero constituye una de las primeras preocupaciones humanas, al menos desde los tiempos de Confucio, hace quinientos años.
La evidencia empírica parece confirmar la estrecha relación entre el crecimiento de la oferta monetaria (la cantidad de billetes y monedas en poder del público) y la inflación, aunque esta última se vea afectada por otros factores, tales como: la expansión de la renta real, las innovaciones financieras (proliferación de tarjetas de crédito y otros sustitutos del dinero), o el aumento del costo de oportunidad de poseer dinero.
Lo cierto es que existe la creencia de que la inflación es negativa, dado que se traduce en una merma del poder adquisitivo de la población. Las amas de casa que acuden con periodicidad al supermercado lo saben, principalmente cuando deben resignarse a tachar de su lista de comestibles algunos productos para poder llevarse a sus hogares lo esencial. Ojalá los salarios subieran al mismo ritmo del alza de los precios para que los ingresos reales de la población no se viesen alterados, este hecho, cambiaría nuestra percepción sobre la inflación.
Los gobernantes deben crear un clima que favorezca la inversión productiva estimulando así las exportaciones de bienes y servicios para generar un superávit comercial que evite los consabidos saldos negativos en la Balanza de Pagos, desequilibrios que, tarde o temprano, se traducirán en penosos ajustes que recaen sobre el ciudadano común. La tentación de emitir dinero inorgánico para intentar tapar los déficits presupuestarios ha tenido devastadoras consecuencias en el mundo moderno. Hiperinflaciones como la de Bolivia, en 1985, donde la tasa de inflación se ubicó en el 11.000 %, o Alemania, entre los años 1922 y 1923, así lo testimonian.
A pesar de que la memoria es frágil, cuando se trata de la materia económica es menester forzarla hasta sus últimas consecuencias… Un perrocaliente que en enero de 1922 costaba un marco alemán, pasó a costar en septiembre de 1923, 192 millones de marcos. Las cifras no mienten, y las consecuencias son por todos conocidas. Economía, política y sociedad van de la mano. Todo gobierno está llamado a garantizarle la mayor suma de felicidad posible a su población, como bien lo expuso Mme de Barratín: “El único bien positivo es la tranquilidad de conciencia”.
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Economista Álvaro Pérez Capiello