on 2011/5/2 10:36:48 (1465 reads)
Durante los primeros días del mes de abril, solapada entre diversas informaciones sobre la dramática realidad política, económica y social que acogota a los venezolanos, circuló a través de los medios de comunicación social, una noticia demoledora de toda la parafernalia oficial acerca del compromiso y amor por los pobres del gobierno revolucionario: Seis niños de la etnia Warao murieron de hambre en el Estado Bolívar.

Los Waraos, junto con el resto de los pueblos originarios, forman parte del conjunto de venezolanos que se conocen como “Minorías Étnicas Autóctonas”. Son ellos los compatriotas más genuinos del país. Se estima que el pueblo Warao ocupó el delta del Río Orinoco hace unos 9.000 años atrás. Nuestros hermanos indígenas son, para vergüenza del gentilicio nacional, los más pobres entre los pobres de Venezuela. Una secular situación de injusticia los ha mantenido al margen del desarrollo nacional. A pesar de los esfuerzos realizados en el pasado, tanto por instancias públicas como privadas, no se avanzó suficientemente en la reivindicación de sus derechos para dejar de ser ciudadanos de segunda. Las políticas de desarrollo agrario y promoción cultural, fundamentadas en el eco desarrollo y el etnodesarrollo, implementadas durante los inicios de la década de los años 80 del siglo XX, lamentablemente no tuvieron continuidad administrativa. Con la aprobación de la Constitución bolivariana y de los nuevos instrumentos legales que la complementaron: la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas, la Ley de Tierras y la Ley Orgánica de Seguridad Alimentaria, así como con la creación de todo el andamiaje institucional representado por un Ministerio para Asuntos Indígenas con ocho (8) Viceministros, un caso único en el mundo, un Servicio Autónomo de Atención al Indígena adscrito al Ministerio de Salud y, por una Misión especial, la Misión Guaicaipuro, con la finalidad de garantizar la seguridad alimentaria e impartir capacitación agroecológica a los indígenas, se pensó que la situación de estos venezolanos mejoraría sustancialmente. Vana ilusión que quedó desnuda ante la desgarradora y brutal realidad. Los niños Waraos que murieron, vivían, no en sentido figurado, sino literalmente, en medio de un basurero. Ellos y sus familias se alimentaban de los desechos que conseguían en el botadero de basura de Puerto Ordaz. Todo el discurso “revolucionario” de amor a los pobres y de dignificación de los indígenas, pasó a formar parte del ambiente donde los niños murieron: pura basura. Derribaron la estatua de Colón, cambiaron la denominación del 12 de Octubre, acusaron de genocida a la Corona Española, pronunciaron inflamados discursos en los que se autoproclamaron dignos herederos de quienes enfrentaron a los conquistadores, pero a la hora de hacer, a la hora de plasmar en repuestas concretas, toda la palabrería escrita y divulgada a los cuatro vientos, seis niños indígenas, por ahora, mueren de hambre, dos de los cuales tuvieron que ser enterrados “debajo de una mata de mango” por no contar sus familiares con los recursos mínimos para darles una sepultura decente. Sus padres siguen viviendo en el basural, mientras otros integrantes de la misma etnia, con un poco más de suerte, mitigan su espantosa miseria, con un pote en la mano pidiendo limosna en los semáforos de las grandes ciudades. La pobreza atroz se ha convertido en el producto más acabado del indigenismo revolucionario. Contacto: luishidalgop@aipop.com.ve / www.aipop.com.ve Técnico en Comercio Exterior Luis Hidalgo Parisca